(Temporalmente abandonado)

2 de julio de 2008

1.2

Cuando un mediocre profesor de educación media ha rellenado unos cuantos minutos de su clase emitiendo sonidos con su boca, puede llegar un momento en el cual logra convencerse a si mismo de que ha cumplido con los objetivos de la clase. Por lo general este momento se presenta con bastante antelación (varios minutos antes del recreo), y una vez que se presenta, se libera endorfina en el cuerpo del profesor y se abre un espacio de tiempo inútil en el cual los alumnos quedan parcialmente a su merced o, por lo menos, sin la obligación de atender a todos las embustes que el currículo establece como recitables por el profesor.
La situación de los profesores de Gustavito ha de ser privilegiada en comparación a la de otros profesores de otras partes de Chile. El colegio San Agustín es un lugar tranquilo a donde van los niños mimados de clase media. Por eso este profesor puede holgazanear sin preocupaciones, sin tener levantar el culo de su silla para interrumpir una guerra de pelotas de papel o cosas así.
Pero para Gustavo estos tiempos muertos no son tan satisfactorios. Hoy en día se están generando fenómenos extraños (extraños desde las categorías de análisis de los más viejos), uno de ellos se ve resumido en Gustavo de la siguiente manera: resulta desagradable verse forzado a conversar. Para Gustavo el colegio siempre ha sido un lugar innecesario, donde te fuerzan a convivir la mayor parte del día con otros humanos que no necesariamente tienen mucho en común contigo. Para él, tener o no tener amigos no tiene nada que ver, por lo tanto, con las habilidades sociales o las otras típicas idioteces que dicen los profesores o los orientadores, sino que exclusivamente con el azar; con la casualidad de que uno se encuentre con alguien que te resulte agradable. Y precisamente en ese curso no había nadie que le resultara agradable. No había nada de que conversar. Pero peor es estar sentado sin hacer nada, en una sala en que la vista de las ventanas está tapada por árboles y cables eléctricos.
¿Por qué se te obliga a asistir al colegio? Es una completa pérdida de tiempo, si de lo que se trata es de aprender. Esta es la idea que a Gustavo siempre le da vueltas por la cabeza con rabia. En estricto rigor, asistir y estar físicamente en las instalaciones de un colegio tiene una utilidad muy restringida. Para él resultaría mucho mejor leerse en la casa los textos y venir sólo a dar pruebas. Ahorrarse el tener que lidiar con los profesores inútiles, los compañeros idiotas y las normas de comportamiento. Si alguien se diera cuenta de esto, sería un buen negocio, pensaba siempre Gustavito. Y tenía razón. El funcionamiento de los colegios obedece, más que nada, a una cuestión ritual. Rituales que, además, están poco actualizados y obedecen a antiguas tecnologías para el control de las masas. Hoy en día, si el funcionamiento de los colegios se volviese por completo permeable a los mecanismos del mercado, el colegio soñado por Gustavo sería realidad, existiría dentro de la oferta de educación.

Normalmente se presentarían dos opciones. La más apetecible sería escuchar música mirando a algún punto fijo de la sala, desviando la mirada ocasionalmente para mirarle el trasero a alguna compañera. La otra es conversar con la persona del lado o con cualquiera disponible. Una red de causas se encadenó para que la primera opción se disolviera; el pendrive no estaba cargado. La segunda opción se supedita a la disponibilidad. Hay ciertas personas con las que uno no conversa mucho y es extraño sentarse a su lado e iniciar interacciones así sin más. De los sujetos disponibles y conocidos solo quedaban unos púberes cuyos temas de conversación son bastante limitados: juegos, pornografía, fútbol y las películas de hollywood.
La oferta no es muy buena, pero peor es quedarse en una silla sin hacer absolutamente nada. Rápidamente, un hecho así coloca al sujeto de la acción en alguna categoría vejatoria entre su grupo de pares. Y es mejor hablar frivolidades aburridas y ahorrarse esas cosas.